sábado, 12 de junio de 2010

Nuestro huerto.

Podría decir que nuestro huerto es algo pequeñito, como dice la canción, frondoso, bello … pero , quizás sería exagerar.
Haciendo memoria, fue un huerto improvisado, sin demasiadas pretensiones, propuesto por un ignorante en la materia. Para empezar no teníamos tierra en condiciones, ni semillas, ni herramientas. Pero teníamos un hermoso patio, niños y ganas de crearlo para que participaran todos los alumnos , desde los más chicos a los mayores, y que vivieran todo el proceso.
Como no sabíamos, o al menos yo sabía muy poco, pedimos ayuda a algunos mayores del pueblo, a Manuel ( niño) , a Paco Quirós y sobre todo a Julián. Manuel nos dijo cual podría ser la orientación, Paco nos dijo que nos daría habas tardías y pepitas de melón y sandía. Julián se vino directamente con nosotros, nos dijo donde podíamos negociar tierra buena para llevar al patio de infantil, también nos dejó el carrillo de mano, las palas, nos ofreció los cajones rotos de un antiguo potro de salto, para que sirvieran como jardineras, y por último nos dió una lección práctica de cómo sembrar las matas de tomate que nos había regalado Margarita y las pepitas de melón y sandia de Paco. Los alumnos de María José transplantaron en uno de los cajones las semillas de garbanzos, habichuelas y lentejas, que cuidadosamente habían mimado durante semanas entre algodones en envases de yogur.
En uno de los recreos, José Ramón y los niños de infantil, hundieron en la tierra del primer cajón todas las habas que pudieron y a continuación regaron con botellas de plástico. Después vinieron días de intensa lluvia que alternaban con otros secos y de calor.
Creo que nos olvidamos del huerto hasta que pasados bastantes días vimos que de la tierra de aquel primer cajón brotaron unas matas verdes. A todos nos dio mucha alegría, especialmente a María y a mí. También nos encantó ver crecer las plantas de garbanzos, las habichuelas casi mágicas, las de sandias, melones, pepinos, agarrar las matas de tomates y ver sus flores amarillas.
Casi lo mejor de todo fue cuando vimos brotar las flores de las habas y para qué decir cuando salieron las primeras vainas: - ¡cuidado , no tocarlas nenes, son habas, veis? Vamos a regarlas y crecerán cada día más. Los riegos al principio eran generosos, aunque algo bruscos debido a los recipientes que utilizábamos, botellas, y cubos de playa. Después compramos una regadera, y todo era mucho más cuidadoso y efectivo.
Cuando hubo suficientes habas, tantas como para cubrir un plato mediano, María pensó en organizar una fiesta con los pequeños, entre todos las recogimos, las llevamos al aula, las pelamos y nos las comimos acompañados de un refresco. Fue la fiesta de las habas. No invitamos al resto porque la cosecha no daba para tanto, aunque todos, absolutamente todos hubieran merecido estar.
Nuestro huerto no ha sido espectacular, no ha sido el mejor, ni siquiera especial, pero mereció la pena, fue nuestra primera experiencia, y las primeras experiencias suelen recordarse con cariño. Nos sirvió para trabajar en equipo y de forma colaborativa, para aunar esfuerzos los más chicos y los más grandes en torno a un objetivo común, para pedir ayuda y aprender de los que más saben, para saber que hay que sembrar para recoger, para aprender que hay que ser pacientes, que hay que esperar para ver los resultados, que tenemos que tratar con cariño cualquier proyecto que pongamos en práctica, y que a veces, a pesar del trabajo bien hecho, una tormenta, un viento huracanado puede mandarlo todo al garete o a freir espárragos hablando en términos de huerta.
Los tomates han empezado a echar flores, las sandías y los melones aún no los hemos visto, seguimos regando, removiendo la tierra de vez en cuando. Seguramente este curso no celebraremos la fiesta del tomate, ni de las habichuelas mágicas, pero creo que todo mereció la pena. El año que viene sabremos un poco más, mantendremos la ilusión e intentaremos mejorar el huerto de este año.
JMM.

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