viernes, 1 de abril de 2011

PREMIOS IV EDICIÓN DEL CONCURSO DE RELATOS CORTOS CON MOTIVO DEL DÍA DE ANDALUCÍA


Otro curso más, alumando de nuestro colegio, ha sido premiado, entre otros muchos más colegios y entre otros muchos más alumn@s y trabajos, en el concurso de relatos cortos con motivo del día de Andalucía, organizado por el Excmo. Ayuntamiento de Úbeda.

Felicidades. Os adjuntamos los trabajos para que podáis disfrutar con su lectura. Primer premio: María León Ruiz 2º ESO. CEIP. Donadío. UN HERMOSO DESEO Segundo premio: Sara Lamrani Hilali. 2º ESO. CEIP. Donadío. RAÍCES.


MARÍA LEÓN RUIZ. Un hermoso deseo

El pasado verano, para celebrar mi cumpleaños mi familia y yo nos fuimos de vacaciones al pueblo donde nació mi abuelo y decidimos coger el tren. Cuando íbamos montados en nuestro vagón mi abuelo miraba absorto por la ventanilla. Veía pasar los pueblos, los campos baldíos, los coches y camiones por la carretera, y un suspiro se le escapó de sus labios viejos y arrugados. Yo un tanto inquieta por aquel suspiro le pregunté cual era la causa de su nostalgia y él comenzó a hablar con voz entrecortada:

-Hija mía, yo nací en Motril al acabar la guerra, y emigré a Jaén en el año 1942, cuando yo solo tenía 6 años, porque en Granada había mucha hambre y escaseaba el trabajo. Me vine con mis padres y dimos a parar en el Donadío, que por aquel entonces era todo campo. Estaba sembrado de olivos cuajados de verdes aceitunas, huertos inmensos plantados de verduras, melones, cebollas... las orillas de los caminos estaban repletas de amapolas y flores multicolores. El agua del río Guadalquivir, era tan cristalina que se podía ver hasta el fondo. En las tardes de verano nos bañábamos, mientras los peces nos hacían cosquillas en la espalda y las chinas del fondo nos masajeaban las plantas de los pies. La gente era muy campechana, eran nobles y buenas personas, amigos de sus amigos; aunque, siempre había alguno que se salía de lo normal, pero éramos todos una gran familia que compartíamos techo en el cortijo del Donadío (me decía mi abuelo rememorando aquellos tiempos tan maravillosos de su juventud).

Yo no entendía muy bien lo que me contaba mi abuelo y le volví a preguntar que qué había cambiado tanto ahora que fuese diferente a lo de antes porque yo no encontraba gran diferencia. Y antes de que mi abuelo me pudiera decir ni media palabra, se acercó el revisor del tren y sin decir ni tan siquiera !Hola¡ nos dijo: -¡Venga, recojan sus cosas, que ya han llegado a su destino! Cuando bajamos del tren y abandonamos la estación mi abuelo se paró en seco mirando la gran avenida por la que los coches, autobuses y taxis formaban un enjambre de colores, ruidos y olores. Y me dijo que abriera los ojos, lo que me sorprendió porque los tenía muy abiertos. Entonces me dijo que observara a mi alrededor y le dijera lo que veía.

-Abuelo -le dije lentamente- veo una carretera muy bien asfaltada, muchos coches pitando, tan corriendo que parecen que van echando una carrera de fórmula uno, gente pasando casi rozándose, pero sin decirse nada, las fábricas echando un apestoso humo negro y si miro al cielo no puedo ver el cielo tal y como es en nuestro pueblo, el cielo que veo es azul grisáceo y las nubes son negras contaminadas por los humos. Sonriendo, mi abuelo asintió y me dijo que no sólo había avanzado la tecnología y la ciencia que nos facilita la vida sino que ese nuevo avance también había traído otros problemas nuevos. -María, las carreteras antes eran de tierra y apenas pasaban coches; la gente, aunque no se conociesen, se saludaban, aunque sólo fuese con un simple ¡Hola! o ¡Buenos días. El cielo casi siempre era azul y las nubes parecían enormes algodones de azúcar. Me dijo también que a pesar de no tener tantas comodidades como las que tenemos ahora: las casas tan grandes, con todo tipo de muebles y electrodomésticos, unos móviles de última generación, televisiones como de cine etc. Ellos eran felices con tener el río limpio en el que poder jugar, salir al campo y disfrutar del canto de los pájaros, de las perdices y las liebres viéndolas correr entre los olivos, del aire fresco, de las calles sin basuras y de las ciudades sin contaminación, sin humos. Pero lo más importante era la relación con las personas, que eran como tu familia.

Yo estaba impresionada por las palabras tan sinceras de mi abuelo y noté como sus ojos se enrojecían y le brotaban lágrimas cargadas de sentimientos, recuerdos e ilusiones. Ahí fue cuando comprendí sus palabras. Mi abuelo me dijo que el día de mañana él quiere que yo respire un aire limpio como el que él respiró cuando era pequeño. Me dijo que el día que él no esté ya a mi lado, cuando mire al cielo y vea las nubes me acuerde de él y siempre cuide la naturaleza haciendo todo lo que esté en mis manos para conservarla. Lo abracé muy fuerte, las lágrimas anegaron mis ojos y entre risas y llanto le dije que lo cumpliría. Cuando lo solté, le miré a los ojos y con una sonrisa de oreja a oreja le dije: -Abuelo ¿Por qué dejar para mañana lo que puedes hacer hoy?




SARA LAMRANI HILALI. RAÍCES

Mi padre llegó a España a los 16 años para terminar sus estudios. Cuando los acabó, volvió a Marruecos, se casó con mi madre y volvieron a España. Aquí nacimos mis hermanos y yo. Mi padre trabajó en muchos trabajos y recorrimos muchos pueblos y ciudades y así fue como fuimos a parar al Donadío. El lugar más pequeño de todos los que hemos vivido, pero el mejor.

El Donadío es un pueblecito pequeño, limpio, se halla en medio de extensos olivares, el aire es puro, el cielo azul y los árboles compañeros de juegos. Las personas que viven allí son amables y solidarias con los recién llegados. Todos se preocupan mucho de cuidar su pueblo y sus alrededores. Y quizás sea por eso que el Donadío tiene algo especial que los otros pueblos en los que hemos vivido no tenían. Vivíamos felices disfrutando de sus calles, del parque y de la amistad de nuestros amigos. Todo parecía perfecto.

Pasó el tiempo y en Andalucía, como en el resto de España, empezó a escasear el trabajo y mi padre se quedó parado por la crisis, y por eso nos tuvimos que mudar a Bruselas, donde algunos amigos de mi padre le dijeron que era fácil encontrar empleo. Mi padre se fue primero y cuando ya tenía trabajo y una casa preparada llegaron las vacaciones de verano y nos fuimos todos. Con la alegría del viaje casi ni nos dimos cuenta de lo que pasaba.

Cuando llegamos Bélgica nos sorprendió porque era preciosa. Nunca habíamos visto ciudades tan grandes. La ciudad donde íbamos a vivir era Bruselas. Bruselas es una ciudad con grandes rascacielos. Los belgas aprecian mucho el medio ambiente; y la gente, para no contaminar el aire puro, en lugar de coches utilizan bicicletas. Las podías encontrar en cualquier barrio. Lo mismo ocurre con la basura. Allí se tira a una hora determinada y sólo dos días a la semana, por eso la gente procura generar menos basura y los restaurantes, bares, y tiendas tienen otra hora distinta para que no se junte tanto desecho que dé mal olor y estropee la belleza de sus calles. Bruselas es una capital preciosa con muchas plazas llenas de árboles y plantas. Muchas veces hacían festivales, y uno, que fue el que más me impactó, fue el Festival de las flores en el que nos enseñaban como cuidar a nuestras plantas. Todo aquello parecía un paraíso. Todo menos las relaciones.

Allí todos hablaban francés, la gente no era tan cariñosa y no eran tan amables como en nuestro pueblo. A medida que pasaron los días fuimos echando de menos los espacios abiertos, la tranquilidad del Donadío, el saludo de los vecinos, las charlas con los amigos… Y finalmente mi padre pensó que aunque en Bruselas nosotros íbamos a vivir bien y podríamos aprender muchísimas cosas, prefería que su familia viviera en un lugar libre de rencores y rodeado de un medio natural en el que pudiéramos crecer con alegría e ilusión.

Mi familia y yo regresamos al Donadío, todos nos sentimos orgullosos de nuestro pueblecito y de su gente que volvió a acogernos con los brazos abiertos. Éste es y siempre será nuestro hogar. Todos nosotros sentimos como este pueblecito nos atrae hacia él como un potente imán.

2 comentarios:

  1. Hola, soy María León Ruiz una de las ganadoras del concurso de relatos cortos, escribo este comentario para darle las gracias a mi tutora(Consuelo) porque este premio lo hemos ganado mi compañera Sara y yo, gracias a ella que nos ha enseñado a escribir, no es que antes no supiésemos, lo que nos ha enseñado es coger un folio en blanco y escribir todos tus sentimientos e ideas! Una vez mas GRACIAS Consuelo y sigue así que lo estás haciendo genial.Un saludo María.

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  2. !Qué entrañables, puros y cercanos ambos relatos!
    Muchas felicidades a las dos, María y Sara. Lo habéis hecho muy bien y como vuestros compañeros de años pasados vais subiendo el listón cada vez más. Disfrutad de esas vivencias y de todas las que os vayan surgiendo y sobre todo, del poco tiempo que os queda en el colegio. Vividlo con intensidad, que luego serán muchas las ocasiones en las que os acordéis de él.
    Felicidades, seño Consuelo. Tan duro trabajo tiene su recompensa y ante todo, la satisfacción de que a través del lenguaje escrito sean capaces de expresar tanto y de llegar a quiénes lo leen.
    !Ánimo, chicas, seguid inventando, creando y haciendo de la escritura una aficción!

    Besos a todos.
    Encarni

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